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El Abismo Aullante [Relato]





Lo que estoy a segundos de contar, yace bajo el manto de una terrible jaqueca y un dolor de estómago que jamás se fue, es un aspecto vomitivo e incomprensible de mi persona…, el cual tengo la desgracia y la tremenda vergüenza de relatar.

Se trata de una investigación que provocó que escribiera este último testamento como fortuna de un advenimiento lejano pero seguro, el cual condenará en un futuro a la humanidad entera.

Fue ayer, que fruto de un trabajo extenso y duradero pude dar con un cabo suelto en materia de ciencias físicas ligadas al esoterismo, numerosos resultados fallidos meses antes habían desplomado mi desarrollo en el rubro, fui desestimado, expulsado y humillado por el gremio de físicos el cual me había acogido durante largos treinta años, para dar término por completo a mi carrera.

No tuve más que hacer, que seguir mis investigaciones en solitario en mi hogar, lugar que más temprano que tarde se convertiría en un lugar oscuro y sórdido frente a las averiguaciones que despegarían mi imaginación y mi curiosidad a lugares tenebrosos… Debo agregar también, como ya expuse anteriormente, que siento una profunda vergüenza por lo que voy a contar a continuación, y es que las artes oscuras, más que estar totalmente alejadas de las ciencias exactas, están perfectamente camufladas por un manto de incerteza que a veces hay que barrer un poco.

Tras darse a conocer que en el continente frío de la Antártida se había hallado evidencia de que ciertas propiedades de las partículas se presentaban en forma exótica, y más aún, de formas imposibles, la conclusión que todos esperaban y compartieron posteriormente, fue que existían lugares desconocidos, e inaccesibles sin incurrir en el más enigmático misterio. En contraparte con la Tierra, existía otro mundo en paralelo al nuestro que tal vez enviara cierta señal en forma de neutrinos expulsados perpendicularmente y de forma opuesta a la  base del continente, sin ser necesariamente intencional, lo cual podía estar diciendo en voz baja y cautelosa: ¡Hey!..., estamos aquí.

Una vez tuve la base, demore varios años en ligar esto con las artes oscuras que tanto me llamaban, sin haber puesto aún un paso en ellas. Puede que muchas personas al leer este relato siniestro piensen que miento sólo para inquietarlos o para hacer más creíble mi sensación, o mi relato. Lo cierto es que, sentía murmullos, sugerencias que mis manos recorrían rápida e indistintamente de las otras palabras que tenía toda la facultad de escribir sobre el papel de mis anotaciones, se trataba de consejos, de recetas, bestiarios…

Léase algunas anotaciones que están estampadas en mis cuadernos:

(…) extrae el corazón de un humano de piel marrón, ojos azules, pelo café, tipo de sangre RH(-), calzado específico 45 ½, manos de extensión de 15 centímetros

Entre otras observaciones que consideraban: radio de cada dedo, ingredientes descabellados, vómito de cerveza, raíces de maleza, caspa de la cabeza de un hombre que haya sufrido una decepción amorosa con un término rotundo y trágico, cabello de venganza, aliento del alma...

Ciertas cosas espeluznantes, es poco decir que me causaran escalofríos, era tanto el detalle y era tanta la incógnita rodeando cada aspecto de esas observaciones, que pensé que me había vuelto loco, tan loco como para matar personas y conseguir esos indeseables ingredientes para hacer valer los experimentos que allí se describían.

Me sentí intrigado por aquellos pasajes que atravesaba mi mente sin que empezara siquiera a digerirlo, intenté averiguar de dónde salían esas ideas, y por qué se presentaban tan espontáneamente, pero recibí mensajes aterradores que quitaron de inmediato de mí la idea de encontrar aquella verdad. Un día en que desperté bañado en sangre y con cuatro cuerpos mutilados en el sótano de mi casa, decidí, entre llantos desesperados, que era tiempo de parar…, sin embargo, lejos de hacer caso a esas llamas de incertidumbre que se encendían en mi corazón…, no en el corazón físico, sino en un lugar escondido en mi ser, en una parte fundamental; decidí ver cuáles eran las últimas anotaciones que había escrito, la noche anterior, mientras generaba esos experimentos durante esos profundos sueños duraderos, aquellos en que pretendía estar durmiendo.

El resultado fue aterrador, recibí esa noche un shock del que jamás me pude recuperar, fue unos meses después en que me encontré con el desastre culminante. El cuaderno describía un modo perfecto de deshacerme de esos cuerpos; junto a estos se encontraba una portezuela que daba a un pasaje oculto tras un fondo falso en la habitación, era un hoyo cavado que daba a varios metros bajo el mismo suelo el cual calculé, serían unos quince metros de profundidad. Debo expresar en mi defensa, que no recuerdo en absoluto haber hecho semejante excavación, y que esas hazañas me habrían tomado semanas sin un ayudante el cual no se presentaba, y del cual no existía indicio alguno de su presencia. Al llegar al final del túnel, había varios estantes llenos de libros excéntricos de naturaleza oscura, rápidamente me vi atacado por esos malignos y perversos pensamientos que me inundaban como un canal desviándose hacia donde no debía, varias veces pensé en suicidarme, aunque tuve la impresión de que esa triste y superficial solución jamás detendría a ese otro producto de mí.

Y dada la naturalidad con que todo estaba interpuesto y ordenado, concluí que ese no era yo, sino alguien que me usaba en consecuencia de mis averiguaciones en ese sueño profundo y reparador de todas las noches, ¿qué más habría descubierto? ¿Y cuáles eran sus ambiciones?

Esas preguntas marcaron la pauta de la noche, habían pasado sólo un par de horas desde que había despertado, pero parecía haber sido una eternidad. Me detuve a pensar en todo ello con el asco en la garganta y pensando en qué iba a hacer, pero al segundo después me encontré cargando los cuerpos hacia el sitio en el centro de la habitación oculta. Las instrucciones hacían recitar ciertas palabras específicas y encender fuego sobre una sustancia polvorienta en un saco junto a la repisa más alta conteniendo los tomos que más miedo me infundía leer.

Al momento en que completé cada paso que el cuaderno explicitaba, no ocurrió absolutamente nada, me sentí brevemente decepcionado, pero cuando me disponía a regresar a mi habitación, un brillo azulado se encendió despacio hasta abrirse en una forma ovalada inconsistente; emitía reverberaciones como pulsos suaves en la atmósfera de la habitación… En este punto, pasó algo que me cuesta incluso escribir. Una extensión de carne irregular, empapada en un líquido diarreico pútrido se estiró desde la misma abertura azulada, el tamaño que suponía tener aquella figura completa era tal, que podía intuir fácilmente que cubriera una treintena de metros, el brazo chorreante se precipitó a los cuerpos los cuales, arrastrándolos al agujero, dejó varias marcas en el piso de la habitación y fluidos desparramados por todo aquello que estaba a la vista.

Mi impacto fue incontestable, mi piel erizada al punto en que parecía estar bañado de pústulas sobre el cuero que me cubría, sólo pudo responder ante las heridas que me produje en las manos al apretar con tal violencia.

No tuve la valentía, o la cobardía tal vez, de empezar de nuevo con las investigaciones de inmediato, mi cordura con toda certeza podía decir que se había fragmentado, y lejos de ser eso una ventaja, para esa otra cara de mi existencia terrenal, resultaba tremendamente provechoso.

Fueron tres días en que no tuve contacto alguno con el laboratorio experimental, ni el oculto bajo el sótano, en esos tres días me resultó útil preguntar a la comunidad qué era lo que pensaban de la situación que envolvía mi ponzoñosa realidad… Ante las burlas y los insultos que recibí, me torné lenta y progresivamente más sombrío. La semana siguiente me rendí ante esa otra cara y le insinué que podía continuar sin mí.

Desperté varias semanas después, frente al lugar donde había abierto el portal, supe que habían pasado semanas pues mi barba había crecido en cantidad…, en mi mano reposaba un fósforo y en un círculo la cabeza de un hombre que jamás había visto.

Sabía lo que debía hacer, en cuanto encendí la llama la posé sobre la cabeza y esta lentamente se prendió, y asimismo el multicolor de una luz serpenteante que salía de la misma formando una silueta circundante, dejándola sin color y volviendo puro hueso la decapitada cabeza que ahora no era más que un cráneo perfectamente pulido. Aunque me hubiese querido arrepentir en ese momento, ya no había vuelta atrás, la sonriente emoción que me corrompía era parte de aquella otra personalidad que se había desatado debido a mi propia voluntad.

Ese efecto tuvo lugar cierto rato, hasta ciertos brillos comenzaron a salir de esa apertura dimensional, uno de ellos fue a dar a mi cabeza, lo cual me produjo alucinaciones por largos quince minutos. Veía cosas…, cosas que pasarían, horribles torturas producidas por un ser diminuto que se alimentaría de la carne de este lado de la luz para crecer y crecer hasta cubrir los cielos y las largas calles de la ciudad con su sombra. La inmensidad de su maldad, me hizo temer que las alucinaciones jamás terminarían, escuchar el estruendo de los huesos quebrarse al ser tragados por las fauces de aquella bestia sin cordura no eran siquiera un mínimo de lo que la abominación era capaz. Al ser digeridos los cuerpos, las heridas producidas por los calientes ácidos estomacales arderían por días en las inmundicias de la carne viva en que se sumergirían las personas sin morir del todo, las montañas de cadáveres serían carcomidos por otras criaturas que vivieran dentro de sus órganos abisales, estas depredarían alegremente la comida que llegara sin parar por acción de la madre que los mantenía en su tierno vientre. Esa ciudadela del terror, en la que reinaba la más completa y macabra calamidad andante, me dio sólo una respuesta cuando casi acababa la visión perturbadora.

A pesar de estar alejados por cantidades de tiempo extensas, y que la física que me había criado me había enseñado que los viajes en el tiempo eran impensables bajo la lógica exacta de esas materias, las cuestiones que experimenté en esos precisos quince minutos, me destrozaron, y como el agua que resbala de las manos en la lluvia, era imparable…

La bestia que se alimentaba de las débiles e inofensivas almas, se haría cada vez más y más fuerte, sus facultades llegarían a ser tales, que podría ver más allá de su propia percepción. A través del tiempo, la física y sus leyes incorrompibles, me miraría, frente a una breve ensoñación que jamás tuvo lugar antes de ese momento, en los últimos segundos de esa alucinación.

Al final de este texto, vas a encontrar el resultado de mi profunda vergüenza, y que detrás del misterio, detrás de toda la destrucción y la carnicería indescriptible del mundo que hoy conocemos como Tierra; se presenta por un instante ante una criatura inferior. Yo. Al regresar de esos quince minutos, el portal se cerró, y de él salió una pequeñísima, gelatinosa, pero alargada protuberancia de color escarlata. Me lancé con toda la fuerza que daba mi cuerpo y mis cansadas piernas para tomar a la criatura entre mis dedos, antes que esta se dirigiera a la única salida de la habitación, pero su forma cambiante describió saltos por sobre mis manos como si se tratase de una piedra brincando sobre el agua, en un instante estuvo fuera del laboratorio, al siguiente, ya había salido de mis dependencias, al siguiente, me dolía pensar que estuviera paseando en algún jardín cercano. Su paradero, irrastreable.

Los dados ya habían sido tirados, el reloj comenzaba a hacer tic-tac de forma sugerente en el silencio, y lo único que quedaba eran las palabras que ese ente había recitado mientras me observaba en esa alucinación. A la vez que el llanto bañaba mis mejillas, el autor de la desgracia más repugnante que jamás hubiese existido en esas tierras ya estaba vagando en la ciudad, el autor de la pulsante agonía que años después sentiría el suelo humano sólo había dicho una frase, y aquello era suficiente, tal vez fuera su nombre, tal vez fuera una oración, el hecho de que aquellas palabras existieran en mi memoria, me causaba un asco desmesurado… Fuerte y claro, la bestia había dicho: ¡Buerzalasgor Kikilac!

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