Capítulo 12 de mi libro Matriz titulado: El Último Deseo
Ha habido muchas ocasiones en que me he
sentido acompañado de forma inexplicable (estando en completa soledad). Siempre
estoy solo, no tengo amigos desde que salí de prisión, no tengo nada ni a nadie
a quien recurrir cuando mis sentimientos están así de desbordados. Pero… ¿Lo
sientes, no? ¿Sientes su presencia? Me da espanto presentir que viene a mí, arrastrándose
como una ola en el mar abundante y enfriándome hasta la nuca, llevándome
consigo a los abismos o a las orillas menos conocidas del mundo. Está claro que
hay algo que me acosa, o que quiere comunicarse conmigo, es una de ambas
opciones. Pero también hay una segunda brisa detrás de ese tacto paranormal, es
algo más cálida y acogedora, no puedo expresar esa sensación con más claridad
pues, apenas la siento, se esfuma sin dejar un solo rastro.
O será que me volví loco. Mi psiquiatra me ha
dicho que debo internarme, él insiste en que debo volver a tratamiento. Pero
estoy mejor así, en casa, fuera de las prisiones afuerinas y del ojo engañoso
de la sociedad.
Debes estar preguntándote por qué estuve en
prisión. Yo… asesiné a mi esposa. No puedo decir que esté orgulloso de eso, de
hecho, ni siquiera recuerdo haberlo hecho. Si tengo que responder a si deseaba
hacerlo, mi respuesta será siempre no, pues la amaba y la sigo amando.
Es difícil de explicar, no puedo imaginarme
cómo es para ti leer esto, a ojos de alguien normal yo estaría auténticamente loco.
Veo sombras levantarse de sus fronteras, los murmullos de voces similares a la
mía me despiertan cada noche, me acosa la presencia invisible cada vez que se
me ocurre estar tranquilo. El trauma de haber matado a la única persona que me
ha amado me ha dejado secuelas irreparables, eso creo. Tal vez es por eso que
sueño con tan increíbles hazañas, como un déficit propio de los asesinos
pasionales.
He soñado que la Tierra entera cede ante un
ser surgido de la nada, de la oscuridad de millones de años en el vacío profundo
del espacio, aunque el vacío no está realmente vacío por la generación y
desintegración de partículas. Ese algo sigue siendo vida aun gestado en
la nada. En mi sueño puedo sentirme nacer en esa oscuridad virtuosa o
extravagante donde puedo o no ser ese algo, no lo tengo claro (tengo que
confesarlo).
La consciencia aparece de súbito, sin
lentitud. En el vacío hace frío, aunque esta frase es ambigua. Tratando de
escapar de la frialdad del universo, comienzo a viajar. Me muevo sin dirección
y atento a las vibraciones que llegan de todas partes, radiaciones residuales
del principio de los tiempos. Tras un largo tiempo me topo con la Tierra. Desde
fuera no es diferente a cualquier otra cosa existente, sólo se torna distinta
por las edificaciones aun vagamente distinguibles desde altura.
Todo es tan difuso, pero a la vez tan claro.
No hay otro modo de describirlo, es una percepción contradictoria pero siempre
real. Mis sentidos me dicen en el sueño que hay algo vivo allí, o tal vez fui
llamado por la misma consciencia que portan los vivos en un universo pleno
de existencia duradera.
Al ver más de cerca la civilización impotente,
puedo oír gritos provenientes de todas partes, y chillidos de estallidos se
apegan a la corteza de mi sombra que avanza, pero no son más que pellizcos y
cosquilleos. Por algún motivo siento que el encuentro con aquella civilización
ya ha sucedido infinidad de veces.
Mis manos que no son manos se estiran para
juguetear con los aparatos que patalean y se mueven con frenesí, puedo sentir
la increíble curiosidad que me posee y entiendo mi finalidad. Soy el mal.
Sus cuerpos se despedazan al más leve tacto, pero al centésimo intento puedo
tomar un espécimen con la suavidad necesaria de no romperlo. Es fascinante, una
forma de vida tal como yo, incomprensible para mí en ese instante siendo una
sombra reptante, curiosa como cualquier cosa viva. Aquella persona me mira y me
parece una imagen perturbadora, ¿qué es lo que quieren decir sus expresiones y quejidos?
No lo entiendo…, no puedo comprender su comportamiento, pero la curiosidad
pulsa en mi cráneo como si fuera a estallar de no averiguar la verdad detrás de
esa estructura. Su sentido y su composición me intrigan y me consume la locura.
Quiero saberlo todo de ella. Necesito saberlo.
Los siguientes instantes me dedico a
recolectar humanos, todos los que puedo, para adaptarme a su peculiar secreto.
Hago mis propios experimentos, intentando
replicar su estructura, pero por alguna extraña razón, las réplicas aparecen
siempre deformes; aparecen arpías y gusanos gigantes, larvas con ojos y pies,
millares de criaturas salen de mi imaginación, casi todas deformes. No hay nada
meramente humano, ninguna mente sublime como esa. Sólo yo y ella portamos
sentido, sólo yo y ella poseemos razonamiento.
No lo entiendo, debería poder crear una vida
como esa con mis capacidades, pero no lo logro. Algo falta, algo que le da esa
perfecta simetría. Tardo años en siquiera rasgar la superficie de ese
conocimiento restringido, a la luz del misterio me doy cuenta que la clave está
en los compartimientos y la especialización, sus órganos sanguinolentos,
expuestos ante mis ojos sin córneas, se revelan y me dan pistas.
Enseguida me desligo de mi propia obsesión,
notando que hay otros miles de millones de seres coexistiendo con los humanos,
incluso viviendo en su interior. Pequeños gusanos, que en la mente humana son
llamados bacterias.
En el siguiente periodo de tiempo, siento
haber matado a tantos humanos, pues ya van escaseando.
Me pregunto, con cierta inquietud, qué será
del futuro. Las edificaciones de esa civilización se descascaran con el pasar
de las décadas, y pronto de los siglos, pues todo se degrada eventualmente. Me
pregunto qué se sentirá ser la última cosa existente en el Universo. Las
estrellas parecen más brillantes que nunca en ese momento, cuando la crisis de
existencia está en su máximo punto.
Su brillo no dura demasiado, y se apaga con
segura lentitud.
La vida que resuma del universo ya no es rica,
ni variada. Sólo quedan algunas civilizaciones. Por alguna razón lo sé.
Otras entidades, como yo (que tal vez lo son),
están vagando por allí, buscando el secreto aún en la orilla del tiempo, pero
ningún ser vivo tiene la solución al problema, ni siquiera expuesta ante nosotros.
La muerte en esa vereda es tan cálida, nada de
fría. La muerte es la fricción de una estrella y la colisión de cuerpos
celestes.
Y el tiempo lo es todo, aun cuando no es más
que una tajada de presente. El tiempo es ineludible, inalcanzable,
imperceptible y también admirable y hermoso, aunque nadie lo ha visto.
No puedo seguir escribiendo después de esa
catarsis, pero puedo seguir viviendo y pensando, la rutina y la voluntad de
existir me cobijarán, hasta que me rinda y no haya nada más que entresacar del
misterio.
Esa ha sido mi aventura, mi viaje en ese
ensueño perdido en alguna neurona que guarda mi memoria. Tanto tiempo no podría
ser condensado, sin embargo, por una mente tan primitiva como la mía, y esa
sombra, esa criatura nacida de la nada, está vagando allí, entre el pasado, el
presente y el futuro, en algún lugar de lo esencialmente humano, en algún
planeta distante o tan cercano como la misma Tierra. Pero nada podemos hacer
para detenerlo.
O tal vez fue sólo un sueño, mera ficción.
La nostalgia me pega en ese escritorio y me
siento abandonado otro rato. Prendo un cigarrillo aunque los odio, dicen que
calma la ansiedad. El sabor es horrible y lo lanzo al tacho. Ahora estoy
deprimido, ansioso y tengo mal sabor de boca.
La puerta suena y con rabia parto a ver quién
interrumpe mis divagaciones, como si fuera una actividad relevante, o
mínimamente importante.
—¿Quién es? —grito, pero nadie responde.
Al abrir no hay nadie en la entrada. Le doy un
golpe a la puerta que seguro se oye hasta el segundo piso. Eso me enoja de
sobremanera y la catarsis me lleva a romper platos, muchos de ellos, luego
tazas. Lanzo cubiertos, sillas, cuadros… Al terminar, toda mi casa está
destruida… O al menos por dentro.
Se ha hecho de noche. No sé cuánto tiempo he
estado rompiendo cosas y gritando; fuera de mi casa hay dos personas observando
y se apartan de mí al notar mi paso apresurado hacia ellos. “Qué miran”, les
escupo en la cara, sin decir, en realidad, nada. Una chica me mira con rostro
curioso y la ceniza en vertical que ha acumulado en el cigarrillo se cae como
una estructura grillada y pobre.
“Es como yo”, pienso. Me ha abandonado todo,
hasta Dios. Estoy al borde del derrumbe y estoy solo, tan solo… No hay nadie
aquí para oír mis penas. Sólo morbosos observando mi desenfreno y mi locura, y
las voces que se mueven a mi alrededor me presionan a caer más en la demencia.
El mes pasado, cuando tuve el último ataque de ira, destrocé a un empleado de
la tienda, lo golpeé hasta que no podía mover un músculo, alegaron que deberían
encerrarme pero mi diagnóstico no se los permitió y yo salí libre.
¿Por qué lo hice? ¿Y por qué no me encerraron?
¿No es obvio que soy un peligro? Mierda… ¡Mierda, todo está mal!
Tardo tres horas en volver a casa. Todo sigue
igual. Como acto reflejo me rasco una ceja a la vez que empieza a tiritarme un
ojo. Parto al baño de inmediato por la náusea de una segunda catarsis, pero no
llego más que a la escalera. He manchado el piso y mi ropa.
Dirijo la mirada a la puerta sin darme cuenta.
—¿Y tú quién eres? —le digo. El hombre está
encapuchado, ve mi escritorio y toma el manuscrito que escribí. Mis palabras no
lo detienen.
Me despierto al día siguiente con un dolor en
la mandíbula y en la cabeza. Está claro que fui abatido y que se llevaron el
manuscrito. No queda más que la idea en mi cabeza, más no las palabras. No
queda nada de ello, sólo la demencia del sueño, tan extenso como el mismo
tiempo.
¿Por
qué alguien habría de llevárselo?, me pregunto, pero es inútil sacar conjeturas.
Toda mi existencia es una comedia, una comedia estúpida y sin sentido, donde el
único placer y gozo es extraído de mi inacabable desdicha.
Lo último que oigo es la tensión de la cuerda
que me rodea el cuello. Me contengo para no llorar, pues aún en ese extremo,
todavía quiero vivir, sólo para asegurarme de que al final del camino no es
todo sufrimiento. Pero ya no hay alternativa, está sucediendo… estoy dejándome
caer.
¡La cuerda tensa quiere quitarme la vida!, la
que me fue otorgada tras miles de millones de años de evolución. Vida que yo
maldigo y desprecio por la desdicha aun pulsando en mi cráneo.
Pateo la silla para no confundir mi destino.
Estoy muriendo… ¡Por fin estoy muriendo! Estoy tan feliz, aun cuando el dolor
está carcomiéndome. Lucho por no luchar, por no contenerme.
Pero el dolor es más real que la ilusión. Y
mis manos se dirigen al cuello para lograr respirar. El pensamiento intrusivo
no me deja matarme en paz, no me deja morir con rapidez y certeza. Mi visión se
torna borrosa, ya es hora.
El relieve de una sombra aparece al final,
pero yo no veo más que mi último deseo cumplirse en completa y absoluta paz…
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