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Yinean Hezal era un piloto dedicado a
encomiendas de carga, tenía treinta y cinco años y navegaba los mares estelares
hace más de diez. Conocía unos veinte mundos, eso lo dotaba de algunas
capacidades pese a pilotar una nave moderna (lo cual representaba un esfuerzo
reducido comparado a las naves de la generación pasada), la diferencia
principal con los prototipos previos se centraba en los comandos…, eran tantos
que resultaba imposible pilotar las naves si no era con una máquina de apoyo en
base a inteligencia artificial.
Yenian emitió un bufido en desaprobación, su
compañero no supo decir si era por los motores o por la computadora que tenía
enfrente. Estaban a punto de partir hacia Ceres, un satélite dedicado casi por
completo a la agricultura donde recogerían una carga de varios cientos de
toneladas de recursos alimenticios; aquel bufido representaba una demora.
Ello no gustaba a los conglomerados del
imperio.
—Hay una fuga en el acceso secundario de la
cámara de los combustibles —dijo Yenian percatándose de aquel detalle. Miraba
la falla y tipeaba en un teclado algunos cálculos.
Evest lo confirmó al hacer dos pulsaciones en
un aparato con dos manecillas a los lados de las que se agarraba, con los
pulgares pulsaba opciones de reparación. Se encendió una luz, un anillo rojo
que cubría la pantalla casi tocando sus extremos cuadrangulares. Se hizo más
pequeño a medida que abarcaba sensores instalados en la maquinaria de la nave,
cada sensor con la misión de monitorear los sistemas. El anillo, después de
cinco segundos, encasilló la fuga.
—Sí, tienes razón, ¿cómo lo supiste Yenian?
—El sonido del motor hizo dos en vez de tres
zumbidos al encender…, creí que habías aprendido eso en la academia. —Pese a
que quiso reír al final de la frase, no lo hizo, debía prepararlo para sus
viajes futuros y para eso necesitaría carácter y seguridad.
Pulsó un botón a un lado de la compuerta y
esta se abrió haciendo un sonido distintivo, como si un gas se escapara de
alguna tubería, para terminar con un sonido metálico y firme.
Se dispuso a cambiar la batería. En su mochila
llevaba un cubo con una bola que flotaba en su interior, al moverla se meció
unas pulgadas a cada lado sin salirse demasiado de sus límites, era una batería
de antimateria que podía resistir impactos de láseres y compresiones de varias
toneladas. Si no se tuviera plena confianza de parte del imperio hacia los
pilotos, aquellas baterías serían robadas y vendidas en un mercado emergente…
Pero dado que no era así, aún servían para movilizar a la humanidad hasta pasados
sus límites. En efecto, no era suficiente con tener una confianza mutua,
también se debía tratar bien a sus colaboradores, a todos los pilotos se les
remuneraba con una copiosa cantidad que dejaba atrás toda esperanza de
traicionar al imperio. El riesgo, en otras palabras, no valía la pena y, por
ende, las baterías iban en su lugar. Siempre.
La instaló en unos tres minutos y la nave
estuvo lista para partir otra docena de ocasiones. Los motores ya se habían
puesto en marcha antes de eso, la avería no formulaba un problema mayor en el
primer arranque y había una batería de respaldo que siempre estaba conectada.
La cuenta regresiva se agotaría en un minuto y los motores junto con el crucero
de carga llegarían en un abrir y cerrar de ojos a la débil órbita de Ceres,
algunos de los planetas de ese sistema, se rumoraba, habían sido en un pasado
parte de la primera rama de la humanidad, los primeros habitantes. Esperaba
ver, aunque fuera de lejos, las esferas portadoras de la semilla.
Meneó la cabeza y volvió de los pensamientos
que le llenaban, las fantasías que generaba con rigurosidad ante cualquier
brecha de tiempo.
Yenian, por su parte, habría notado al
instante que la batería había sido instalada con éxito, pero estaba ocupado…,
al momento en que Evest salía por la compuerta tras él hacía diez minutos,
había llegado un mensaje de vital importancia. Su sorpresa había sido tal, que
la bebida energizante que llevaba en la mano se le derramó encima, la fría
sustancia le hizo estremecerse, pero aun así se irguió y puso su mano en alto
como hacían los soldados para recibir el mensaje desde la capital imperial.
El mensaje se reprodujo y se oyó un extenso
himno, el del Imperio Galáctico; ni
Yenian, ni Evest habían recibido jamás un mensaje de parte de las más altas
autoridades del Imperio, debía ser importante; como era habitual, los
hipervideos serían grabados para evitar la insurrección.
La nave se sacudió un momento mientras
aceleraba saltando varios miles de años luz en un par de segundos. Ellos ya
estaban acostumbrados a esta forma de viajar, por ende, no representó ninguna
diferencia el ponerse en marcha con el estar en completa quietud en el vacío.
—Más vale que veamos ahora el mensaje —apuntó
Yenian, tan pronto como llegó su compañero.
Evest no dijo palabra. La imagen
tridimensional del Supremo Canciller
se proyectó con un velo azulado. El himno volvió a sonar, un arco de trompetas
y arpas se hizo oír por sobre los motores que ya no eran tan ruidosos en la
cabina de la nave.
—Saludos, Piloto Yenian Hezal. Saludos también
Evest Herner, aspirante. Les habla el Supremo
Canciller, mano del Emperador Wolfram
L’Foami de la dinastía Tanh, líder del Imperio Galáctico, vector de la
humanidad y gestor del bien. Me honra poder comunicarles mediante el presente
medio nuestras más urgentes noticias… Como pude observar, son los últimos
tripulantes que se encuentran fuera del Brazo de Perseo, debo comentarles sobre
un hecho peculiar que está sucediendo; esto ya ha sido informado, por ley, a los
pilotos más alejados del centro del imperio galáctico.
Frente a ellos, en las pantallas apareció un
enorme número que decrecía de forma evidente.
—Podrán notar que aquel número disminuye con
rapidez; no es mi intención asustarlos por ningún motivo, pero no sabemos en
absoluto el origen de esta anomalía. Este número en específico se refiere a la
cantidad de estrellas visibles en el universo. Están desapareciendo. Algo está
cubriendo el manto que las sostiene. Es desafortunado, aquello que lo cubre no
es algo común y corriente, ni nada que conozcamos de lleno, ni siquiera por
asomo. No hay sombra en el vacío y, aun así, está allí cubriéndolo todo.
Yenian y Evest se miraron por un par de
segundos y luego dirigieron sus miradas al frente, con la piel hecha escarcha.
—Ruego por favor, escuchen antes de acotar
cualquier cosa entre ustedes. Deberán, con suma
urgencia, regresar al sistema Greene, del brazo de Carina adyacente al
brazo en el cual se encuentran. Eso por supuesto ya lo saben, pero es menester
que les sea informado; este enigma representa una amenaza a todo aquel piloto
que esté fuera de órbita y para todo el universo en cuestión… Como hemos
siempre expresado, nuestros pilotos son lo más importante fuera del mismo
planeta, sin ellos ningún viaje sería posible. Diríjanse a sus hogares pues…
puede ser la última vez que nuestros ojos perciban luz de los soles y, en suma,
de los ojos de quienes más queremos.
Una vez el hipervideo se apagó hubo un
silencio aterrador, la grabación que provenía de la capital del imperio de
pronto les resultaba a ambos un punto lejano, azul y pálido, en una marea
tormentosa. No podían verlo, eso quedaba en evidencia, pero sabían bien por el
orientador de la nave, en qué dirección estaba aquel distante mundo.
La luz de la nave se fue apagando. Segundos
después quedaron en la más absoluta oscuridad.
—¿Dijiste que reparaste la falla, Evest?
—inquirió Yenian, poniéndose de pie con cautela, observando el espacio que los
confinaba.
—Así es —respondió Yenian, casi como en un
susurro, como si temiera que alguien más lo escuchase fuera de la cabina. El
remezón que sintió luego hizo que ambos cayeran al suelo y segundos después la
gravedad localizada dejó de funcionar (lo cual sólo ocurriría si las baterías
nucleares se vaciaran por completo).
Los cuerpos de los tripulantes de la nave
flotaron hasta casi tocar el techo superior, ya no distinguían entre arriba y
abajo en la oscuridad que se cernía en esos lugares del espacio.
El único rastro que quedara de energías serían
las auxiliares motorizadas por la misma gravedad de Ceres, el satélite,
mecanismo que suplementaba algunos aparatos como el radar, el cual se encendió
segundos después emitiendo una leve luz que iluminó el ventanal principal,
justo delante de ellos… aunque nadie le pusiera atención por la tensión. El
manchón que titilaba en ese radar, cubría una amplia porción de espacio.
—Quiero saber qué pasa allá afuera, Evest
—dijo su compañero, moviéndose en la gravedad cero que parecía una piscina
invisible, agarrándose de lo que podía.
Yenian abrió una escotilla lateral, el sonido
fue estridente y le provocó un sobresalto. El ventanal dejó a la vista el
espacio exterior mientras al tiempo pintorescas burbujas de agua manaron de su
cara.
Evest pega un grito al ver lo que yace frente
a Yenian que parece paralizado. Ambos gritan como si los fueran a escuchar,
gritan por auxilio, pero no hay nadie capaz de ayudar a un universo entero.
Un tentáculo gigantesco se azota sobre la
escotilla generando una rotura repentina en el cristal. En ese mismo rato, el
radar chilla una y otra vez apuntando que algo
se acerca en todas direcciones. Es materia orgánica.
La Masa se mantiene viva en el exterior sin apoyo vital y cubre las galaxias
apagando la llama de sus almas. El mecánico se pregunta cuál es su tamaño real,
pero sus pensamientos se ven silenciados por la grieta en el cristal que se
esparce como las patas alargadas de un insecto y por el vacío que, de pronto,
calla todo sonido en la cabina.
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Las misiones de recolección estaban derivadas
a dos grupos que se reunían en la plaza central del campamento fijo. Se
embarcaban con lanzas, uno que otro con un trozo de metal que podía llamarse
espada a duras penas, internándose en esos bosques plagados de bestias de tres,
cuatro y cinco patas; con una docena, o varios cientos de dientes. Pero sólo
uno llevaba el arma de láser. Las armas eran tan escasas como cualquier pieza
tecnológica de hace dos siglos después de El
Escape, el momento que, contaban las leyendas,
la humanidad había tenido que escapar del universo que les vio nacer.
Era el capitán de cada grupo —el que lideraba
las expediciones con su arma láser— quien tenía que gestionar los decesos y
aquel año… Sí, defendían los restos moribundos de una fogata que les daba calor
en una fría noche de invierno sin cobijo, con cada pequeña parte de sus
cuerpos, sus lánguidos brazos se aferraban al calor como un último y abnegado
aliento generalizado. Pero la muerte densa se le aferraba a cada uno en algún
momento, un resfrío, una leve tos, incluso una herida, todas eran aceptables formas
de morir. A pesar de ser el miedo lo que dominaba la atmósfera del grupo, el
campamento tenía combatientes, los mismos exploradores que iban y venían con
bestias poco precavidas que cayeran en el ingenio humano o con su brutalidad.
Aparte del temor, no existía para ellos un fin más noble por el que morir.
Los recolectores también iban armados, aunque
cualquier ciudadano del viejo imperio, los habría visto como aborígenes de un
mundo incivilizado.
La gravedad en aquel mundo era tres cuartos de
la del viejo planeta Tierra, la semilla de la humanidad; la atmósfera, rica en
nitrógeno más que en oxígeno, era respirable. Coincidencia o no, allí estaban,
sobreviviendo en aquella roca distante.
Para una civilización rota, fraguada en
pedazos, podría parecer extraño dominar conceptos como gravedad o genética,
teniendo en cuenta que ningún texto científico fue rescatado en El Escape. Los
métodos educativos de aquella época tenían la impresionante capacidad de
transmitir muchos conceptos a su favor y por algo la civilización no había
muerto “del todo” tras dos siglos. Poco más de tres generaciones habían podido
vencer el incesante contador.
Pero ellos no eran esos genios, tampoco eran
grandes científicos, sólo eran pobladores que oían leyendas de los ancianos
desahuciados, aquellos llamados viejos sabios. El conocimiento pasaba, se
transmitía, pero no existían métodos de comprobación para todas esas engorrosas
explicaciones. En fin, ¿Qué era el espacio? ¿Por qué había existido eternamente
el universo? ¿Qué eran todas esas cosas? Lo tangible y lo que no. ¿Qué era la
gravedad, por sobre la definición? ¿Y acaso importaba?...
Algunos de los sabios antiguos contaban, tras
la muerte del primerísimo sabio, que lo que yacía detrás del firmamento era,
por supuesto, más galaxias, que detrás de la miríada de estrellas visibles en
el cielo desnudo, habría miles de otros millones y aquel número inventado al
voleo (que variaba en la descripción dependiendo de quien lo dijera) no podría
ser juzgado como exacto. En realidad, siempre podría haber más. Más estrellas,
más mundos, más sistemas que esperaban el retorno del poderío humano.
¿Un número ilimitado de estrellas?
Los antiguos sabios, en opinión de Tener
Cosnel, no eran más que viejos seniles desvariando sobre pasados exacerbados y
futuros jamás verían… Parecía que los restos de la nave y las armas láser eran
el único legado. Sería difícil de creerlo en un siglo, cuando ya no quedara
remanente de ello.
Según se contaba, la gran parte de la
civilización había muerto en El Escape. En los cruceros espaciales, cabrían
varias decenas de miles de personas, pero las viviendas en aquellas naves de
escape, se cuenta que habrían estado compartimentadas con un sello que
protegería la integridad de un porcentaje de la tripulación. Dado que las plantas
nucleares usaron su mayor cantidad de energía en el viaje a aquel planeta en el
Universo secundario, sólo quedó un pequeño racimo de energía para aterrizar a
las personas que, de otro modo, en El Escape imprevisto, habrían sido
consumidos por La Masa. Los
sobrevivientes se contaron en cientos, un porcentaje pequeño y desolador; veían
a las estrellas, inalcanzables, con anhelos que se pintaban en sus ojos tras
generaciones.
Cuando activaron la alerta ya era demasiado
tarde, sólo un puñado de naves tenía las capacidades ocultas de atravesar los
universos. Si los proyectos no se hubiesen desarrollado en el más absoluto
secreto de las naciones a lo largo del borde de la galaxia, tal vez habría más
humanos con vida. Y, día a día, ese número cultivado en siglos, presentaba una
mortalidad y esperanzas más y más bajas.
Con una gravedad distinta que la del planeta
Tierra, debían mantenerse en constante movimiento, para que no se deterioraran
sus músculos. Además del gasto energético, las criaturas habitantes de ese
extraño mundo que llamaron Mars, pues
su significado databa de los tiempos antiguos, donde Mars, era Marte, un
planeta hermano con la Tierra, pero también un Dios perdido de la Guerra—. Eran
parte de una simbiosis inquebrantable. Los animales salvajes de Mars parecían
querer arrollar a los humanos invasores y se esmeraban a lo largo de años en
hacerlos retroceder. Como consecuencia, podían estar largos periodos
recuperando las cosechas perdidas por los ataques inusitados de las criaturas.
Cada salida, además, significaba la muerte de uno o más miembros de la población.
Tener Cosnel estaba meditando sobre las
proporciones de las criaturas, en especial sobre el Ykraddath que, había oído,
debía de tener el tamaño del mismísimo universo para cuando accediera a este —y
fuera visto—. Para Tener, esa historia, no tenía ninguna clase de sentido. Si
un cuerpo, como se afirmaba por los filósofos naturales, tenía suficiente masa,
comenzaba a generar un campo gravitatorio. ¿Por qué entonces no colapsó todo el
universo cuando una criatura de un tamaño similar a este apareció? Si lo que
alegaban era verídico, ¿Por qué no colapsó el mismo ser por su inmensa masa,
generando a su vez una singularidad?
Se dio cuenta que mascullaba en voz demasiado alta.
Vaciló con la cabeza.
—Oye tú… —«Ya me escucharon. ¿Estoy en
problemas?»—. ¿Cómo te llamas?
—No tengo por qué decirlo —contestó Tener
Cosnel, hostil como era. No sólo sus pensamientos eran duros, sino también sus
declaraciones. Para él era un razonamiento obvio, pero para los demás, aquella
leyenda era una verdad absoluta, nadie se molestaba en pensar que un cuento así
no tenía sentido.
—Te escuché —dijo el viejo. Guardó silencio
para que el chico se presentara, pero este no lo hizo. Entonces decidió
continuar—. Tienes razón…, en parte.
La sonrisa del viejo estaba extendida y
aparentaba unos sesenta años.
—¿Le conozco de alguna parte? —contestó Tener
molesto.
—Es posible, he estado aquí mucho tiempo. —Rio
casi tan bajo que no se oyó nada—. Más que cualquiera.
—Escuche viejo, me enviaron a recoger agua al
mar, aún hay que purificar bastante para que hoy bebamos todos.
—No te preocupes por eso, el día aquí dura
treinta horas y la noche diez. ¿No te han contado que en el planeta madre los
días duraban doce horas y las noches otras doce?... Bueno, más o menos, todo
depende de las fases. Ya llegará el siguiente turno y aliviará tu carga.
—No, no tenía idea… Oiga, no quiero ser
molesto, pero ¿qué es lo que quiere?
—Nada —contestó. Su sonrisa ocultaba algo,
como si hubiese un chiste que sólo él supiera—. ¿Tú qué quieres? ¿Qué buscas?
¿Por qué meditas tanto?
—¿Te parece divertida esta situación? ¿Y de
qué te sirve saber cosas inútiles? No veo que nadie pueda ir a la Tierra a
vivir bajo sus plácidas veinticuatro horas. Esos cuentos son para los viejos
seniles como tú.
—Eres un insensato, chiquillo. Mira al cielo,
Fobos y Deimos, los hijos del Dios de la Guerra están bailando la danza cósmica
orbitando nuestro hostil planeta. Están festejando por el ascenso de los
humanos al Nuevo Imperio. —Se detuvo unos segundos, estaba quedando ciego, lo
notaba por su forma de observarlo entrecerrando los ojos—. Mira esta franja
desértica, las criaturas quieren comernos a todos como si fuéramos una delicia
exquisita. Sus corazas absorben la mayoría del calor que nosotros debemos cubrir
con mantos y con tiendas. La luz nos destroza y nos deshidrata. ¿No crees que
somos criaturas patéticas?
Al principio, Tener pensó que hablaba con
elocuencia, pero tras el desarrollo del discurso había ira. Empañaba su habla
con melancolía, aunque no fue más que un instante. ¿Por qué?
—Creo que está usted hablando de más. Puede
que haga algún comentario sobre el viejo que habla pestes de la comunidad. Sabe
que hablar sobre el Fin está prohibido. ¿Qué me dice de eso? ¿Cree que lo
recibirán con gran júbilo en el consejo si hablo sobre lo que usted comenta?
—Yo soy quien los ha mantenido en esta débil
plataforma, chico. Tú no tienes más de veinte años…
—Tengo veintidós —le interrumpió.
—No eres más que un chiquillo…
—Deje de decirme chiquillo, o voy a ensartarlo
la próxima vez —dijo empuñando un palo que agarró del piso—. Ya hemos perdido a
muchos este año. Deje de hacer el tonto y respete su vida.
—Lo hago, Tener Cosnel.
—No le he dicho mi nombre. ¿De dónde me
conoce? El grupo es grande, lo suficiente para perder a alguien de mi edad.
El abuelo se sentó y cerró los ojos al tiempo.
Lo que fuera que le pesara estaba a punto de dejarlo ir.
—Soy El
Anciano…
Tener tuvo que contener el aliento para no
emitir un bufido. No podía ser posible, El Anciano había vivido hacía dos
siglos. Según recordaba, era quien había plantado la semilla de las siguientes
generaciones en tanto también la reconstruyó. Pero los tiempos se degeneraban y
la tecnología ya se había agotado, sólo quedaban teorías, bosquejos, teoremas
inconclusos, experimentos imposibles y cálculos impracticables.
—El… ¿Usted?... Eso es imposible. El primer
poblador murió hace mucho tiempo, ¿qué consume usted?
—No consumo nada. Hace dos siglos que no bebo
ni como nada. Me dedico a aconsejar a las tribus, el grupo debe sobrevivir…
—Hay más de siete grupos esparcidos hasta el
horizonte, usted no podría ir a todos los grupos.
—Hay suficiente tiempo. También espacio. He
estado en todos y cada uno dejando mi grano en sus reservas, enseñando lo que
he podido. En estos tiempos que corren, mucho me temo, debo dejar un sucesor
digno.
—No parece que llegaremos demasiado lejos
estando como estamos. ¿Cómo sugiere que su ayuda será de utilidad? ¿Sabe acaso
cómo construir un reactor de fusión? ¿Transistores? ¿Conoce los métodos para
hallar y extraer Silicio? ¿Sabe acaso qué es el Silicio?
—Este universo es un poco distinto, entiendo
tu punto…, es menos amigable; y este planeta, poco típico, las criaturas son
inteligentes a pesar de ser salvajes, pero por algún motivo no se reúnen para
armar una civilización. Están allí, acá, están por todos lados,
aborreciéndonos. Después de todo, les quitamos su planeta. Tarde o temprano los
sobrepasaremos, sus vagos intentos de aniquilarnos se quedarán atrás, a menos
que decidan cooperar. Si formaran una sola gran colonia, estoy seguro de que
nos acabarían, con o sin pistolas láser. —Emitió una sonrisa de satisfacción al
ver el rostro de Tener espantado como nunca—. Las condiciones no son ideales,
no hay suficiente tecnología. Incluso si crecemos lo justo, salir del planeta
es inconcebible hasta ochocientos años en el futuro. Para ese momento, yo, con
toda seguridad, estaré muerto. Y si lográramos conquistar este planeta, este
Universo y sus leyes, sigue estando el problema de la sostenibilidad, ¿cuánta
comida hace falta para alimentar a una población de varios cientos de miles? Es
impracticable… Por ahora.
—No me diga. Y cuénteme, ¿cómo piensa dar el
primer paso? Si usted fuera el primer poblador, no estaría hablando si no
haciendo. Deje de dar cátedra y comience a levantar el campamento si es que es
quien dice ser.
—Es que no lo has entendido. Y esas criaturas
de afuera —continuó como si Tener no hubiese dicho nada—, has meditado sus
proporciones, te escuché.
—Y qué, ¿es muy pobre razonamiento para el
Primer Poblador?
—¡Guarda silencio!... —Tener reaccionó casi
asqueado. Con seguridad, pensaba que el anciano estaba loco—. Chiquillo
estúpido. ¿No te das cuenta de lo fundamental que es esa simple frase?
—Explíquese y tal vez pueda entenderlo, su
majestad.
El Anciano, El Primer Sabio, de las varias
formas en que se le conocía… tuvo que ignorar que aquel chiquillo usara una
burla contra él. Aun en una situación tan dispar, habría podido darle una
zurra. Conservó la calma. Luego dijo:
—Sabes lo básico de los organismos de tamaños
considerables. En tiempos pretéritos existía un mamífero que llegaba a pesar
unas veinte toneladas y medir varios metros de altura, era el Baluquiterio.
¿Habías oído hablar de este?
—En absoluto… —respondió el otro con leve desinterés.
—¿Cómo crees que su enorme tamaño y su peso
eran sustentables para las leyes de la evolución?
Tener Cosnel jamás había sido interrogado de
esa manera y nadie nunca había formulado una pregunta de esa magnitud. Ante el
razonamiento, él no pudo más que meditar por unos segundos.
—Sus extremidades debieran ser lo
suficientemente resistentes para que pudiera moverse —respondió por fin—. Pero,
además, sus órganos debieran tener una extensión superficial y un volumen en
una razón aceptable…
—Continúe —replicó divertido el Primer
Anciano.
—La ley cuadrádo-cúbica dice que la superficie
de un cubo crece a razón de la segunda potencia de la longitud de la arista,
mientras que el volumen de ese cubo crece con la tercera potencia. —Se detuvo
para tomar un gran aliento—. ¿Voy demasiado rápido?
—Para nada —dijo con liviandad El Primer
Anciano—. Cuanto mayor sea el aumento del tamaño de un cubo, más volumen
poseerá por cada centímetro cuadrado de superficie.
—Pero no sólo eso, aquello significa que hay
algo más revelador. Si el cubo fuera una persona y su aumento de tamaño no
fuera consecuente con las limitaciones de su biología, entonces no podría
existir por demasiado tiempo. Si pesa mucho, se le rompen las piernas, o no
puede moverse en absoluto. Piense en estos insectos —dijo poniendo un manotazo
contra un bicho—, si crecieran a un tamaño “humano”, sus patas que no son más
que filamentos débiles se romperían con facilidad. —Su tono de voz se agrió
esta vez al nombrar a la bestia—. Ykraddath
debe ser algo con formidables características. Si una criatura creciera
de forma grotesca, acabaría… sin excepción, rompiendo los enlaces químicos que
conforman su cuerpo. Sus átomos no tendrían más opción que disociarse. Si la
presión fuera aun mayor, los núcleos colapsarían en neutrones.
El viejo dirigió la mirada al mar. Luego dijo:
—Desiertos en un tercio, árboles casi como
palmeras en otro tercio y el mar en el siguiente ángulo. Es una vista hermosa,
sin duda. Si no tuviéramos que armar estos muros sería aún más hermosa. Antes
que lo olvide, debo comentarte sobre una propiedad de los seres marinos. Ellos
no corren el riesgo de colapsar tan fácil, pues su sustentación está cubierta
por el agua que los cubre, el empuje del medio líquido lo hace posible. El
organismo puede moverse con facilidad, aunque sea tan grande como una ballena.
Tener hizo un gesto con la boca y soltó el
palo que había tenido en la mano en todo ese rato. En la otra mano aun llevaba
una de las trampas de agua. Se sentó justo a un lado del Anciano.
Un grupo llegó, armando una fogata cerca de la
plaza central. Se quedaron un rato pues, aun con el sol en el ocaso, hacían
unos veinticinco grados. Algunos se sentaron a tocar instrumentos de cuerda
desafinados. El viejo cambió su expresión cuando esos infernales sonidos,
imitaciones de sonatas olvidadas, se volvieron la melodía del atardecer.
Siguieron discutiendo después de una ligera
merienda.
—Suponiendo que existiera un animal como el
Baluquiterio, cosa que no creo —dijo levantando una ceja—, produciría más calor
del que perdería, pues este se genera a partir de reacciones químicas
ocurriendo en cantidad de peso de tejido reactante. Esto a la vez depende del
volumen del cuerpo. Cuanto más grande, más calor produce y no hay tanta
superficie en la que expeler todo ese calor. En seres más pequeños, la cosa se
complicaría, hay suficiente superficie en sus cuerpos para que en pocas horas
mueran si no generan calor. Tal vez consumiendo más porciones pequeñas durante
un día común no cederían.
Meditó otro instante, el Primer Anciano
esperaba su intervención pues, él, a todas luces, ya conocía la respuesta y
esperaba a formular el siguiente escalón para él.
Tras mirar la arena y el oleaje del mar; la
superficie terrestre y luego hacia uno de los dos satélites naturales de Mars:
Fobos... creyó haber hallado aquel escalón, como si asimilando dónde estaba
parado y dónde estaba la siguiente roca-isla, encontrara la respuesta a la
supervivencia.
—No puede existir. Ykraddath, El Apocalipsis, jamás ha sido real
—sentenció al fin.
—Claro que ha existido —replicó el Anciano,
con una sonrisa plácida—. Los insectos tienen un metabolismo más rápido, lo suficiente
para reemplazar esa energía que se les escapa. Todo metabolismo debe tener una
coherencia natural con el tamaño de cada ser vivo.
—¿A qué quieres llegar, viejo? ¿Qué sabes?
—El Universo original no lo permitía y, sin
embargo, pasó. Entonces, ¿cómo es que existe el Ykraddath? ¿Debería tener forma
de esfera? ¿Moriría aplastado por su desaforado tamaño? ¿Qué reacciones
químicas se llevan a cabo en su interior? ¿De dónde sacaría tanta energía para
operar todo eso? Tan sólo piensa en su cabeza, en ese sentido, ¿qué tamaño
tiene su cerebro? El Ykraddath ha de tener un número indecible de neuronas.
Aquello también resulta imposible de creer.
—Usted mismo ya lo ha dicho, anciano. Es
porque no existe. Y no sólo eso, si la luz viaja a una velocidad determinada,
¿por qué entonces vieron su proporción de golpe tapando las estrellas con su
forma? ¿No deberían haber tardado más tiempo los humanos en verle? Y si lo
vieron mucho tiempo después que entró en nuestro universo, aun así, ¿por qué no
colapsó la criatura y, de nuevo, por qué no colapsó nuestro universo apenas
entró en él?
—¡Exacto!
—¿Exacto? ¿Qué es exacto? Todo en el cuento es
impreciso.
—Es porque no es un simple ser. Es, algo más
que eso…, varios peldaños más arriba. Verás —su rostro cambió de repente, como
si temiera que fuera a estallar en cuanto hablara—. Yo estuve en El Escape… Lo vi con mis propios ojos.
Puedo dar fe de que existe.
—No creo que sea cierto, ni aunque usted lo
dijese, es tan simple como erróneo. Es lamentable no creerle, hay demasiadas
imposibilidades.
—Pero te equivocas. Debo añadir que, antes de
que el Ykraddath apareciera, fue
enviado un mensaje a todas las naves que estaban fuera de órbita. Yo era un
piloto en aquellos tiempos dorados, estábamos en plena expansión ocupando
mundos a tres de cada diez estrellas, mucho más de lo que se podría decir de una
civilización exitosa.
»No sólo era populosa, además, era
tecnológica, contábamos con cruceros y cargueros del tamaño de lunas,
construidas por máquinas que se operaban a sí mismas. Yo me encontraba en un
sector bastante alejado, pero, por ley, el piloto más lejano debía ser avisado
de los primeros. Por ende, supe al instante que debía volver. El mensaje fue
claro: volver a casa. Y cada piloto recibía un mensaje adaptado a su mundo de
nacimiento, por lo tanto, yo, habitante de la Tierra, y oficial de un crucero
de guerra, tuve que dirigir a mis soldados a casa.
»Pasó tiempo, unos diez segundos tras cargar
los motores para el impulso, y atravesamos gran parte de la galaxia hasta el
planeta central del imperio, demasiado lejos de la Tierra, el hogar primigenio.
El primer crucero en llegar sentía el revuelo de lo que pasaría. Yo ya lo
sabía, no podía ser una coincidencia. El mensaje del Gran Canciller dictaba:
hay un fenómeno que desconocemos, y está haciendo desaparecer a las estrellas.
Era una sombra, joven Tener Cosnel, una sombra de un ser superior que amenazaba
con proyectarse en todo lo vivo de la galaxia y de todas las galaxias. Ni
siquiera los planetas, inanimados como son, podrían escapar de su aterradora
presencia.
El Primer Anciano se sintió fatigado. Se había
puesto de pie para explicar con excitación dolorosa lo que contaba. Tener se
había sentido nervioso al principio, pero cuando las lágrimas bañaron las
mejillas del viejo, supo que no se trataba de una persona común. Había dolor,
tanto dolor en su mirada, pero también fascinación y duda.
—¿Quién eres en realidad? —preguntó Cosnel
sosteniendo el peso del viejo que se desmoronaba por la fatiga espontánea, un
síntoma ligado a la deficiencia de la sustancia que usaba para sobrevivir por
siglos.
—Soy un ser humano, después de todo
—comprendió—. Me modificaron genéticamente para aguantar los viajes espaciales
a los confines de la galaxia… Yo ya era viejo cuando el Ykraddath apareció, tenía unos mil doscientos años y mi vida era
por, y para el imperio.
»No siento ira, Tener, siento que has razonado
mal respecto a mis emociones. Lo que siento es admiración. ¿Cómo es que un ser
vivo puede ser tan digno? Persistir de tal forma para que, aun siendo su
existencia imposible, lo haga y se burle de las reglas establecidas por el creador de todas las cosas… El hacedor de estrellas… sí, él
habría de estar pasmado, al igual que yo, por la existencia de una criatura
así. Cuando llegué a la Tierra, asistí a una reunión de altos mandos de la
galaxia, quienes dirigían el Imperio en aquel entonces. Dijeron, con gran
pesar, que había una criatura que se avecinaba a nuestro Universo, y que ya no
había modo de prepararse para su llegada. Era cosa de tiempo para que la
civilización fuera eliminada de raíz, pues ya estrellas distantes habían sido
consumidas.
»No puedo describir con tanto detalle todo
pues he vivido mucho más tiempo del que debía, y ya no existen los medios para
hacerme tan longevo como antaño fui, y la memoria, Tener Cosnel, la memoria
humana es tan frágil… Los que tomamos la decisión luego, de internarnos en la
furia de los acontecimientos futuros, fuimos no más de tres miembros de trece
del consejo. Asistimos a las naves de emergencia, siendo este el camino más
lento y doloroso para morir. No culpo a ninguno de los demás diez miembros,
aquellos seres dotados de una vida casi inacabable, tuvieron que renegar de sus
facultades por respeto a sus creencias. La presencia del Ykraddath, era, para ellos, el fin que tanto esperaban. La
reconstrucción de la humanidad fue entonces encomendada a tres sabios.
—¿Tres sabios?
—Tres Primeros Ancianos han estado sembrando
la semilla de la humanidad que va camino a levantarse del barro. Entre
nosotros, nos mencionamos como el Primero, el Segundo, y el Tercero,
respectivamente. Con quien hablas es con el Primero. Cada universo tiene sus
leyes, este es el único que nos dio la pasada, no viste nada de eso, por
supuesto, supongo que a estas alturas no puedo exigir que creas todo lo que te
digo, pero, aun así, me veo en la obligación de compartirlo contigo. No son
muchos a los que he hablado con tanta libertad. Hace un instante tenías dos
años, llegaste aquí a tus veinticuatro sin más necesidad que un pestañeo. Así
pasa el tiempo para los eternos. He vivido mucho y me siento enfermo, cansado…
mis siestas son cada vez más largas, inevitablemente. Y a pesar de todo, para
mí no ha sido más que un pestañeo, ¿puedes creerlo? —Sus ojos nuevamente
lagrimearon, ahora goteando profusamente—. ¿Puedes creerlo, Tener? Mi vida, mi
vida ha sido tan corta.
—¿Cómo es posible?... —preguntó Tener,
insistiendo en sus razonamientos sobre la existencia del Ykraddath. Su mente
daba vueltas.
—No es algo que pueda comprender aún —dijo
reincorporándose de a poco—. Desconozco el funcionamiento de las cuerdas a
nivel subatómico, y no sabemos si es ese el marco de pensamiento correcto, no
podemos acercarnos al marco general, nuestra visión borrosa no nos permite ver
más allá. Y no existe tecnología que haga lo que La Masa, o El Ykraddath,
hizo por mero instinto. Piénsalo un momento, ¿cómo es posible que algo así
mantenga la integridad del universo siendo tan gigantesco?... No hay sólo una
respuesta, a mi parecer; él podría ser un universo en sí mismo y cabría en sus
posibilidades trasladarse por mera coincidencia a nuestro universo. La Masa, ¿por qué aparecería en medio de
otro universo siendo él parte de un mismo esquema? ¿No deberían ser ambos
mutuamente exclusivos?
Tener ya no discutía, sólo escuchaba. No
contestó. Pero el viejo sí lo hizo. Dijo:
—Intenta saltar lo más lejos que puedas, en
algún momento caerás. Si quisieras llegar a la plaza central, tendrías entonces
que dar varios saltos… Ese universo que consumió, no era más que un simple
salto. Y ni las leyes de la evolución ni de la física son de su absoluto
interés.
Tener negó con la cabeza.
—¿Por qué estás aquí? ¿Por qué seguir aquí? ¿Qué buscas?...
—Escapé de la muerte en dos ocasiones, la
primera vez fue al volverme un modificado, fueron mil doscientos años que vagué
buscando el motivo de mi existencia. No puedo morir mientras tenga sustento
para mi organismo, pero ya no hay más de aquella sustancia que rescaté el día
de El Escape. Así que, aquí estoy, buscando a un sucesor —dijo con cansancio.
Inhaló y exhaló con un ruido sonoro y lento que pareció durar varios segundos—.
Las raciones de aquella sustancia se repartieron entre los tres Ancianos, era…,
muy poca para pasar de doscientos años. —Tosió con repentina agitación—. No te
preocupes, no necesito ayuda, es natural que esté colapsando mi cuerpo. No
somos como él, somos simples y frágiles.
»¡Déjame! —dijo librándose de la ayuda de
Tener Cosnel—. La segunda vez que morí fue cuando escapé del universo
primigenio de la humanidad. Pero no escaparé una tercera, eso sería blasfemia.
Tener, te vi nacer, e implanté en ti la semilla de la duda tal y como periódicamente
se emplea la iteración; la primera semilla de la humanidad en la Tierra, la
primera semilla en Mars, justo donde estamos parados, la primera semilla de
esta renovada humanidad debe ser tuya, ¿no lo comprendes aún? —Al ver que Tener
no lo entendía, rio con una estridente carcajada—. Cuando no eras más que un
niño, te escuché razonar cuestiones que hasta ahora no había escuchado de
nadie. Sobre campos que superpuestos dan forma a la realidad, sobre fantasías
de extraer energía del núcleo del planeta o del campo gravitatorio de este.
Eres una persona interesante, Tener. La curiosidad es el instinto más básico
del humano. Te enseñaré a reconstruir la civilización humana, así podrán escapar
antes de que vuelva el Ykraddath.
—¿Volver? ¿A qué te refieres? —Aquello había
sido el colmo, la definición exacta de lo insólito.
—Yo presté más atención que mis compañeros en
aquella nave de escape. Yo vi en qué dirección nos fuimos, y también en qué
dirección estaba la estela de la presencia del ser. No me preguntes cómo lo sé.
Llámalo corazonada, pero nos volvimos a posicionar en medio de su camino.
—… No. La humanidad no aguantará otro
comienzo…
—¿Cómo sabemos que provenimos de la Tierra,
Tener? ¿Quién dice que no vinimos de otro Universo aun escapando del mismo ser?
El Primer Anciano se empinó, recto como la
punta de una lanza, mejor y más recuperado que hace unos minutos.
—Espera, ¡no te vayas! No has respondido a
todas mis preguntas.
—¿Que por qué sigo aquí? —pareció divertido
por un momento—. Es simple. Quiero ver, por segunda vez, a Dios…
Continuará...
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