La Esencia
La situación era difusa, lo que buscaba en
ese sentido era una pieza que jamás
había hallado del rompecabezas. Recordaba que alguien le había dicho que cuando
estuviera frente a sus ojos lo sabría.
El rompecabezas no era tal, sino una metáfora.
Pero todas las ideas, desde el subconsciente para adentro, tendían a ser
reales. El imaginario se volvía posible y, por otro lado, el mundo físico y
cotidiano, en esa perspectiva fantástica, se hacía soso e insípido, era poco sustancial, y a fin de cuentas,
no lograba dar esa sazón que poseía la interioridad. La auténtica realidad.
Pese a que él, o ella, prescindía de las cosas habituales,
como la comida o el agua, tenía carencias internas. Era aventurero, o aventurera; se podía
decir que buscaba esa pieza faltante, como meta para autocompletarse. Sin
embargo, tan diferentes eran esas piezas del rompecabezas, que la sola idea de
encontrar una, no era suficiente. Como le había dicho «la voz»: se necesita de más que un deseo para
hallarlas.
La voz… tan fugaz como la intermitencia de las
luces de los automóviles, de repente pulsaba, pero no decía nada, sólo parecía
que lo hacía. El resto de ese pequeño cosquilleo
mental, dejaba un fondo como el residuo líquido en una botella. La esencia, lo guiaba adonde podría encontrar esas piezas faltantes, pero sólo cuando se hallaba cerca de ellas. A veces se trataba de hallar un pensamiento, o de incorporar una
idea. En esos momentos ciertas partes específicas de su cerebro se iluminaban dejando un trazo rastreable para su percepción; y lo hallaba, esa pieza que tanto buscaba. En ocasiones, pensaba que el rompecabezas no era más que él o ella misma, pero
no se atrevía a pensarlo tanto, al fin y al cabo, él era sólo un hombre, o una mujer; no era más que una aglomeración de meras partículas hallando su sentido interno.
Las otras treinta y siete piezas ya habían
sido encontradas, no había tardado más de diez años en hacerlo. Algunas estaban
en medio de la ciudad, otras en ciertos sitios escondidos de la realidad física, en la mente; la mayoría en
sectores casi inalcanzables del planeta.
Pero ya iban cuarenta y ocho años, y aquella particular
pieza, la última, seguía sin aparecer.
No era probable que lo hiciera, pero entonces
tuvo una revelación.
Ya que podía sentirse a sí mismo y surcar sus
propios mares, se podía considerar al mundo como un tremendo mar aún más
grande. Cuando abrió sus sentidos de tal modo, empleando la metáfora como una función
para operar, escuchó el murmullo del planeta, hostigoso. Un minuto de esa
conexión resultaría insoportable para cualquier ser humano (puesto que sintió
el pensar, el hablar y el interactuar de todo el planeta en un solo sonar entremezclado
en mente y audio), pero él, o ella, no sabía bien si seguía siendo «humano» del todo.
Vivía en las colinas, aislado o aislada, de los citadinos. Hacía mucho tiempo, podría haber seguido trabajando en las fábricas de smartphones, tal vez incluso habría ascendido uno o dos escalones a la administración. Pero su llamado espiritual le había llevado a lugares inusitados. Había caminado en suelo y mar, en varios planos que se extendían más allá de las cuatro dimensiones; arriba y abajo era una dimensión; izquierda y derecha, otra; adelante y atrás, la tercera dimensión. Con ellas se podía ubicar cualquiera objeto en el universo. Si además se ubicaba ese algo en el tiempo, se podía señalar una cuarta dimensión.
Hasta allí las dimensiones eran conocidas. Pero las otras siete sólo eran conocidas por él, o ella, y por ningún otro humano. Andar por esas dimensiones superiores era como caminar en una vasta montaña, era como surcar el tiempo
galáctico entre la creación, y la desintegración de imperios completos. Ni
siquiera habría de mencionar que los imperios no eran todos humanos, y sin
embargo, todos llegaban a conquistar sus galaxias. Y a pesar de él, o ella, no moverse de la Tierra, los observaba. Veía como ascendían conquistando estrella tras estrella, y veía el ocaso de esos duraderos imperios, y sus huesos pudriéndose a merced del tiempo. Lo veía todo a través de esas dimensiones. Al bajar de aquellas colinas
en escalones dimensionales empinados, veía el efecto contrario: las visiones
iban hacia atrás en el tiempo. Los imperios se construían y degeneraban, hasta
que encallaban en la natural odisea de sus antepasados, donde no eran más que
animales salvajes.
Aquellas visiones, hacían que dudara de si
valía la pena seguir uno u otro camino, pues el funcionamiento del universo era
tan fútil como inefable. Pero qué importaba…, estaba más concentrado en su
búsqueda, su sacrificio era útil sólo para él, o ella.
Sus setentaiocho años no eran en vano tampoco.
Cuando comenzó la conexión con el planeta, guardó
silencio unos meses para adaptarse de a poco al murmullo global de todo lo resonable. Fue abriendo
sus sentidos con una lentitud calma, como una flor que florece en primavera.
En los bosques se escuchaban un montón de
cosas, un gorrión en el día, y un búho en la noche; las hojas danzando el vals de la lluvia; las frutas podridas engulléndose... Todo sonido y todo
pensamiento estaba a su merced. Pero no lo utilizó para un fin azaroso. Era un
medio, como alguien que usa una computadora para entrar en la internet.
Se dejó luego llevar por esa corriente, una corriente que le había dicho hasta ahora, con cierta imprecisión, qué tenía que hacer.
Finalmente, sólo le quedaba esa voz, y nada más, en el mundo. Surcar
senderos pentadimensionales y hexadimensionales, no era suficiente, debía saber
de dónde provenía esa inusual voz. No había más, ¿quién era antes de comenzar aquel viaje? Nadie lo podía precisar.
Fue entonces cuando halló la respuesta.
Extender el sentido no sólo al mundo, sino más allá, era entender que él mismo
era producto del imaginario del Escritor.
Tan desconcertado por la apreciación de su
pequeñez, enmudeció por unos momentos que parecieron eternidades. El bosque había
crecido a su alrededor, y parecía que seguiría haciéndolo, su piel estaba casi
inmortalizada en roca, pese a que no había pasado suficiente tiempo. Sobre todo,
tenía temor de acercarse a la Verdad, no quería estar solo cuando llegara ese
momento.
—¿Tú vas a acompañarme? —preguntó al Lector.
Y sin previo aviso, ya no estaba en el bosque.
*
Se movió con súbita sorpresa.
El Lector seguía instando a continuar el relato, pero no entendía qué había sucedido.
El papel de las cien páginas
restantes estaba en blanco.
*
El viajero, o viajera, flotaba en un mar transparente e
infinito.
No había nada computable, ni fuentes de luz ni
de sonido, era la nada misma.
Nadó divertido, o divertida, en ese mar por unos minutos, hasta
que, frente a él o ella, vio una suave perturbación del espacio. Parecía como si una
sábana semitransparente se agitara produciendo ondas que se disipaban más allá.
Percibió que se trataba de un fragmento de afinidad, algo así como una pieza, pero sin serlo.
Cuando la perturbación se hizo notablemente
visible, salió de él una burbuja con un racímo energético central como núcleo, perfectamente visible. Dentro de ella, una irradiación se agitó como
si despertara luego de una larga siesta.
Su luz se encendió y apagó con delicadeza, el núcleo de energía se movía; se
acercó al límite de la burbuja para observarlo mejor. Le rodeó y luego hizo una
rápida maniobra alrededor del humano, como si estuviera realmente feliz.
¿Sería que aquella criatura lo había llevado
hasta allí?
¿El fragmento de afinidad era un ser vivo? Cada
vez que la burbuja energética intentaba comunicarse, sentía que una palabra
pulsaba en su garganta, era «argumento». Pero no podía comunicarse mucho más
allá que una o dos palabras. No veía aún el por qué. ¿Por qué llegar tan lejos?
El ser humano se replanteó el camino lógico a
ese espacio. Derivó algunas ecuaciones y se llevó una gran sorpresa. Todos los
caminos llegaban a su propio interior. Tragó saliva sonoramente, y la burbuja
le miró con curiosidad. El Escritor habría de ser un loco al llevarlo a la
redundancia. Si todos los caminos llevaban a su interior, podía tratarse de un
sentido espiritual, como uno meramente físico y objetivo. Si era este último caso, se encontraban
en un punto muy escondido, y muy pequeño, tanto que parecería un punto desde
cualquier escala. Significaba que era probable que la burbuja fuera un ser
heptadimensional, o más allá de las ocho dimensiones. ¿Cómo razonar con un ser
así? El ser humano no tenía respuesta nuevamente.
Nada más faltaba que el Encuentro Supremo.
La Verdad era ahora más tangible que nunca. La burbuja recitó un poema absoluto que hablaba de un brillo y de la culminación de todo.
Se acercaron al Sitio Supremo.
El ser humano presintió que se hallaban a un
paso de la Verdad. Los objetos que llevaba ya no estaban, era lo primero que
había notado al aparecer en el océano infinito de nada, lo más probable era que
ya fueran parte de él o ella. Sintió una increíble aceleración, en conjunto con los brillos estelares de la aniquilación completa del universo; la culminación del brillo total, de la luz primigenia...
Se detuvieron.
Se le acercó algo, no estaba seguro de si era
una persona, un animal, una cosa o el mismo Dios. El humano no dijo nada, pues no
comprendía nada. Tal era la modestia de su entendimiento que llegaba a menos de
una billonésima de una fracción de menos del uno por ciento… casi cero. Tampoco
era necesario comprenderlo, pues ya de por sí lo asimilaba. Pero jamás podría interpretar
esa asimilación.
La burbuja le pidió al humano que lo
acompañara, y le dio las gracias de algún modo, mientras hacía piruetas
alrededor de él o ella.
El otro ser, el que se le había acercado, le inspeccionó desde varios flancos y rápidamente perdió interés. Hizo una seña,
como un pulso único de luz, y toda la energía que había dentro de él se dispersó…
Nunca supo si había muerto realmente.
El humano, confuso, se dio cuenta que «la
Verdad» había sido ya descifrada, y que se la había perdido.
Pronto supo que mientras se esforzaba por
comprender lo que pasaba ahí, unos instantes después del Encuentro Supremo, habían pasado millones de años.
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