Es extraño.
Volver a casa y pensar de nuevo en ello. No todos viven algo así dos veces.
En la calle son pocos los sonidos que no son perceptibles, un topón de auto es bastante más audible que un ladrido de perro, por más que este se esfuerce en joderle la existencia a muchos. Entre ruidos, gritos, cambios de estaciones, lo típico de una ciudad más o menos grande, casi nunca... se tiene un contacto tan profundo entre miradas.
Claro en ese instante era curioso, parecía haber despertado un lado escondido en mi subconsciente, un sentido que no conocía de mí misma.
El agua me recorre el cuerpo, mi pelo largo decae con este líquido. Afuera un gato maúlla, también respira alegría de estar ahí y no allá en el rincón de ese recuerdo taciturno. Yo, lo lamento tanto, probablemente más que él.
Tomar un baño ayuda. No tanto para quitarse la mugre de encima, todos sabemos que eso es una excusa para detenerse un momento y relajarse, como auto ayuda o lo que sea. No hallé mejor forma que refugiarme bajo el agua caliente de una tina.
A veces... me escondo en espacios recónditos de lo que soy, espero no me alcance, pero me busca incansablemente la prisa de volver a la realidad. Es complicado, no creo que lo entiendas, tú, quien seas.
En ese momento todo sucedía lentamente. Él sucedía... Y también yo. Ambos. En ese segundo, nuestras miradas congelaron el mundo entero, las nubes siguieron su camino, de sol pasó a nublado, la lluvia no llegaba pero sí un viento helado de invierno; su cabello corto se agitaba un momento antes, en el horizonte de ese suceso. Desearía no haber estado ahí.
Ahora me preparo para volver a la vida, la tina está llena de agua, intento pararme, es difícil pero me apoyo en algo y logro un impulso. Veo de reojo algo que cae, lo veo claramente, es ese segundo explícito de nuevo, cuando todo se queda en silencio y de nublado pasa a lluvioso, yo resbalo muy despacio de vuelta al agua al frente del brillo de un reflejo especular. Parezco levitar.
El secador de pelo caía a la tina, y podía ver ese preciso instante diez años sin morir aún, tal y como viéndolo a él a los ojos, en medio de la calle, a ese hombre de traje que probablemente rechazó su muerte una década en silencio junto a mí, nuestros destinos compartidos. Justo como un déjà vu.
Comentarios
Publicar un comentario